Si eres ovolactovegetariana, andas de viaje y quieres comer “fuera”, es decir, en bares y restaurantes, temes lo que te espera: tortilla de patata, tortilla francesa, patatas bravas, pimientos, queso y ensaladas mixtas a las que hay que solicitar que las preparen sin atún.
Con un poco de suerte, parrillada de verduras. Y, de broma, o algo que lo aparenta, espárragos blancos de bote con mahonesa a precio gourmet.
Lo peor de ser ovolactovegetariana no es lo que todo el mundo piensa: el supuesto sacrificio de no comer carne o pescado. A mí, la verdad, eso no me cuesta nada. Supongo, por un lado, porque soy una convencida, pero, por otro, porque cada vez más disfruto y descubro aún más recetas y sabores en las verduras.
Lo peor de ser ovolactovegetariana son las conversaciones repetitivas con las personas, pasarte la vida repitiendo argumentos y escuchando tópicos. Aún así, esto a menudo me lo tomo con paciencia, precisamente porque me parece una oportunidad para promover el debate. Me he llevado algunas bonitas sorpresas con estos debates.
Parte de esas conversaciones repetitivas son las que tienes precisamente con el personal de hostelería, consultando si es posible pedir ese salmorejo sin jamón, las alcachofas sin jamón, las habitas sin jamón, champiñones al ajillo sin jamón, judías verdes sin jamón… Os hacéis una idea.
Hace poco, precisamente, me encontraba en un restaurante sin opciones ovolactovegetarianas en la carta. Había que negociar para poder cenar, como nos pasa habitualmente. Esa negociación me da una auténtica pereza. Sería realmente sencillo incluir opciones, igual que ahora ya se debe incluir información sobre los alérgenos.
El caso es que, en la conversación, el cocinero aseguraba que las alcachofas no estarían ricas sin gambas o las habitas sin jamón. No iba a saber a nada. A punto estuve de irme a la cama sin cenar, de lo cansada que me encontraba. En el pueblo era el único sitio abierto y no me apetecía tener que estar convenciendo a alguien.
Al final, se animó a cocinarlas. Y, ¡oh, sorpresa!, el revuelto de verduras sin huevo y las alcachofas estaban absolutamente espectaculares. Sin exagerar.
Quería compartir esto no sólo como una reflexión como vegetariana, sino en general sobre el mundo de la cocina.
Me gusta cocinar, aunque no sea ninguna experta. Disfruto probando, investigando. Creo que ser vegetariana, además, me ha abierto la mente. Un día leí que, precisamente, la vegetariana es un tipo de cocina ecléctica, es decir, que mezcla muchas recetas del mundo, modificándolas, para ser muy variada.
Y, a pesar de que uno de los tópicos es invitar a una persona vegetariana a ensalada o parrillada de verduras, es cierto que las posibilidades de la cocina vegetariana son tan abundantes como emocionantes.
Ese supuesto sacrificio o comida pobre que algunas personas imaginan (¿quizá creen que nos alimentamos de verduras hervidas todo el día?) no está en casa. El verdadero drama está cuando sales de casa y quieres comer.
Por cierto, sepan ustedes que las personas vegetarianas no sólo vamos a restaurantes vegetarianos. Y que, además, no hay de este tipo de lugares en todo el mundo, y menos en pequeñas poblaciones. La gracia estaría en que se pudiera comer vegetariano en cualquier sitio, sobre todo porque los ingredientes se tienen y sólo habría que procurar no mezclarlos con bicho.
Mi conclusión es que no entiendo a las personas que no creen, como a este cocinero le pasaba, en el sabor de las verduras, a pesar de que se supone que saben de cocina.
La cocina ha de ser creatividad. Es mi forma de entenderla. No entiendo cómo nos podemos auto limitar sólo a lo que la gente pide o a lo que creemos que la gente va a pedir. Es decir, siempre algo con carne o pescado.
Y, aunque en tu negocio te dicten una carta, estoy segura de que el genio creativo de una persona a la que realmente le gusta cocinar seguro que, en sus momentos, también se debe dedicar a probar a poner y quitar ingredientes.
Simplemente porque creo que la cocina no puede limitarse a hacer algo y añadirle unos taquitos de jamón o bacon.
Es curioso pensar que, de pequeña, te obligan a que comas verduras y, luego, de mayor, no te dejan.
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