En “Nubosidad variable”, hay una norma: al empezar una carta, debes describir tu situación mientras escribes. En este caso, estoy comprometida con ello, pero a la vez salto y transformo la tarea: voy a describir la situación en la que eché la foto. El sol ya se despedía y reflejaba en las nubes. Empezaba a refrescar. Yo andaba en mi taburete, acercándome sospechosamente a Merche y Flor para escuchar su conversación, mientras arrancaba hierbas o “les cortaba las puntas”, como me gusta decir cuando no quiero llevarme toda la tierra en las raíces y solo las recorto para controlar el tamaño. Tarea, por otro lado, que me han dicho que es inútil en la que yo me afano. Flor tenía esa postura y dije de repente: “Espera, que parece el pensador de Rodin, voy a por el móvil a echarte una foto”. Le pedí que sonriera.
Compartí con poca gente la foto, pero he recibido bastantes comentarios sobre lo artística que es. Mi reacción mental es la que yo casualmente suelo criticar: celebrar la cámara del móvil (¡Como si el móvil fuera capaz de ser amiga de Flor!). Sin embargo, hoy estoy convencida de las otras causas. El retrato refleja la dulzura de esta mujer y, también, por qué no, lo bonito que la miro.
Me animo a compartirla cuando me doy cuenta de la coincidencia. Bromeábamos varias con nuestro enfado porque en la magnífica exposición “Mujeres de Tetuán” no salga Flor. Y eso que la llamaron. Pero al final no se concretó la cita. No sabemos por qué. Pero eso me da pie a hacer esta extensión personal e interesada de la exposición, con esta referencia al libro que tanto le gusta, que me ha regalado y que ahora tanto me gusta a mí, de Elena Ferrante.
Así que este texto se transforma de nuevo en una cartela de esa exposición en la que estoy segura que habría empezado por esta frase: “Vivo en Tetuán, pero duermo en el barrio de El Pilar”. Estoy convencida de que, aunque me encante el neomudéjar popular, esta maravilla de humor tiene más que ver con las amistades estupendas y sorprendentes que construye y regala Flor.
Nos conocimos aquel día en el que sus ojos estaban vidriosos y reconocí por lo que estaba pasando sin preguntarle. Le apreté la mano. Al poco estábamos recorriendo el barrio en busca de graffitis, haciendo mapas juntas, compartiendo intimidades mientras yo tomaba café y ella cola, cribando compost o eligiendo un horario para ver tal o cual película. Es de esas personas con las que me encanta ir al teatro, al cine, a una exposición, porque disfruto tanto de la obra como de escuchar qué le ha parecido.
Dale pie y te cantará toda la tarde. O bailará. También me produce ternura su afán por ordenar e incluso barrer la huerta. Comprometida con tantas causas, indignada, inagotable, apuntándose a todos los planes. El otro día me reconocí en ese chico que ya le había saludado con un abrazo y que, al rato, cuando ella se acercó para hablarle, contuvo un nuevo abrazo que le salía de forma natural.
“La amiga estupenda” habla de esas amistades de la infancia. ¿Y qué pasa con esas amistades sorprendentes pero con tanto sentido como esta?
Os invito a replicar el homenaje y hablarme de alguna amiga estupenda que tengáis.

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