Todas las personas tenemos un doble rol ante la accesibilidad. Solemos tener claro uno de esos roles. Somos beneficiarias. Nos viene bien. Pero no solemos pensar en un papel activo. Podemos reducir o generar la accesibilidad con nuestra forma de actuar.
Cada persona puede contribuir a aumentar o reducir las barreras en este mundo.
Por ejemplo, solamente a la hora de expresarnos, podemos tener en cuenta que nuestra interlocutora puede necesitar un lenguaje sencillo o un ritmo tranquilo.
Pero me preocupa otra actitud dentro de esos roles. Aun siendo conscientes de ese doble rol, podemos no preocuparnos de procurrar accesibilidad porque nadie nos la demanda.
El argumento suena a excusa, incluso absurdo si lo piensas de la siguiente manera. Imagina que el Gobierno decide apagar la luz de todas las casas. Cerrar los hospitales. Clausurar los colegios. Bloquear todos los trenes. Hasta que, cada persona, demande cada una de estas cosas.
Hay cosas que tienen que existir por defecto. La accesibilidad es una de ellas. No podemos esperar a que alguien nos la pida. Ese es un pensamiento vago, que nos tranquiliza.
Desde luego que las personas debemos ser activistas, demandar y reivindicar la accesibilidad. Pero ese nadie lo ha pedido no puede ser un motivo para quedarnos tranquilas.
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