Escuchaba una entrevista en la radio. El escritor entrevistado repasaba la manida comparación de cualquier historia con un viaje personal. También hablaba de escribir para buscar un sentido a las cosas.
Y aquí estoy yo, escribiendo. Supongo que buscando un sentido a ciertas cosas. A mí, aquello de viajar, del viaje personal, curiosamente me recuerda al prefijo trans y de ahí voy directa a lo trans. Toma ya, diréis.
Recuerdo escuchar a un hombre transexual explicar en una reunión que no le gustaba el prefijo trans porque él no se movía. No cambiaba de ser mujer a hombre. Él había nacido ya en su destino, pero no se habían enterado.
Pero, según se enfoque, sí que se puede hablar de un viaje personal en el mundo LGTB: el de plantearte tu propia identidad. En el caso trans, y en lo queer en general, es un viaje a menudo peligroso, jodido, duro… Hay muchas personas que, con todo el derecho del mundo, sienten miedo. Últimamente pienso mucho en el derecho a tener miedo.
El caso es que -teniendo en cuenta la sociedad cenutria en la que vivimos- la mayoría acaban/acabamos abocadas a transitar por ese trayecto. Mientras, el resto de la población, gracias a la cisheteronormatividad, esa dañina presunción de heterosexualidad y cisgenerismo, vive cómoda en la identidad que se le ha asignado.
En esa situación, pensaba que solo plantearte y cuestionar tu identidad, aunque sea para entrar en pánico al primer paso, me parece valiente.
Me refiero a dudar sobre tu nombre. Pero también de tu género. Entrar en disputa íntima con lo que expresa tu ropa. Objetar sobre el tipo de relaciones afectivas y sexuales que tienes. Y de ahí a polemizar incluso con tu estilo de vida, que también te define e identifica.
Punto y a parte. Abro paréntesis. O quizá un post data.
Confieso que yo, cada vez más, me identifico con la indefinición pero a la vez con las posibilidades, con lo queer, lo diverso y toda la transgresión dentro de un contexto de tranquilidad, paz, abrazos, caricias e ilusión.
He dicho.
Ilustración: trouble x.
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