Ella buscaba su reflejo en la puerta del vagón. El tren avanzaba bastante lleno. Ella tenía gafas, arrugas en los ojos y era pequeña y fina como un papelito. Quería comprobar el aspecto de su flequillo. La cabeza arrugada y con pelusa blanca de un señor le impedía verse. Alargaba el cuello hacia un lado y otro. Pero no lo conseguía.
“No se preocupe”, le advirtió el señor sonriendo, “si va usted muy guapa”.
Ella, saliendo del estado de ensimismamiento en el que nos sumergimos en el metro, no pudo menos que reír suavemente.
Y así empezó todo.
Imagen: Basheer Tome
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