Antes de viajar a España desde Londres, a Wendy Chan, natural de Hong Kong, le contaron que en ese país debía cuidarse. Se referían, como imaginaréis, a la temida hora de la siesta.
Todo el país, cada ciudad, cada pueblo, cada barrio, cada bar, queda paralizado a esa hora. Esa hora que es un periodo indeterminado, a veces mayor de sesenta minutos, entre las dos y las cinco de la tarde aproximadamente.
Wendy dio por sentado que, evidentemente, exageraban. Todo no podía pararse de esa manera. Alguien debía sostener unos servicios mínimos, como en las huelgas, o incluso oponerse a dormir y continuar con su jornada.
Pero, nada más aterrizar, Wendy empezó a entender hasta qué punto se equivocaba. Coincidió que el autobús que le acercaba al centro desde el aeropuerto paró en mitad de la carretera. Por megafonía, el conductor comunicaba que acababa de comer y se disponía a echar su debida siesta. Apagó motores. Reclinó su asiento. Al poco estaba roncando. A Wendy Chan no le quedó más opción que esperar a que volviera a despertar para continuar su trayecto.
Nuestra protagonista achacó el primer caso al azar. Pero al día siguiente, cuando la cajera del supermercado le cobraba, esta bostezó, ante el pavor de Wendy, y sin más apartó una caja de galletas, se tumbó en la cinta y se colocó una lechuga iceberg a modo de almohada.
El siguiente día un camarero del restaurante donde comía tardó dos horas en traerle el postre porque se había quedado dormido con él en la mano. Y, para mayor drama, otro día Wendy estuvo tres horas dando vueltas en la línea de metro circular porque el conductor acostumbraba a echar la siesta sobre los mandos, dejó todo encendido y el coche siguió dando vueltas pero no había nadie que lo parara y abriera las compuertas para poder bajar.
Pasado el tiempo, Wendy Chan hizo averiguaciones. Descubrió que no había ninguna ley que obligara a echar la siesta. Pero, tras varios días resistiendo la tentación, entendió que era mejor unirse que esperar a que el resto del país despertara para continuar su jornada. Así que se armó con su almohada y vivió el resto de su estancia en España pegada a ella. Como no sabía a qué hora empezaba exactamente la siesta, no quería que su nuevo momento favorito del día le pillara desprovista.
Imagen: wikicommons
Nota.- Este cuento está basado en el estereotipo sobre la siesta y la jornada laboral españolas, exagerándolos por diversión, tras escuchar los miedos de la Wendy Chan real e imaginar situaciones locas con Esther.
Arturo
Genial. Inspirador.
Olga
¡Gracias! ^_^