La carretera, en línea recta, corta el paisaje en dos mitades. Ambos hemisferios, laberintos de ramas de olivos. Entre ellas, de vez en cuando, se adivina un paño. Un vareador.
No deja de observar y relatar. Es como si esta luz y este gris verdoso de millones de hojas hubieran encendido algo en ella. Estuve dando clase en este pueblo. No había agua caliente. Tenía 17 años. No recuerdo que me hubiera contado algo así.
Otro día, acudió por primera vez a una asociación. Expuso con cuidado varias de sus dudas. Escuchó al resto con interés. Allí allí mucha gente sensata, dijo. Les ocurre cosas similares, dijo. Cuando acabó la emisión, añadió: “y eso es todo lo que yo expresé allí”. Me fascinó que usara el verbo “expresar” en lugar de “decir”, “contar” o “hablar”.
A veces, demasiadas pocas, hay un botón que se activa. Que nos hace transmitir preocupaciones e ideas que no solemos compartir. Son elementos que incluso no nos hemos contado a nosotras mismas. Ese botón. ¿Cuál es?
Sin embargo, la mayoría del tiempo, parloteamos cosas sin importancia. Hablamos mucho, pero nos expresamos poco.
Imagen: landahlauts
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