A veces, vivimos enfadadas. Hay quien siempre vive enfadada. Yo he vivido enfadada, aunque últimamente creo que muy poco. Y vamos por el mundo dispersando nuestro disgusto y enfado. Creo que una cosa es ser crítica, y otra es amargarte y repartir amargor.
Mi situación laboral, por ejemplo, me está dando la dudosa oportunidad de lidiar continuamente con el enfado y, diariamente, plantearme mi actitud ante lo adverso. Y, más o menos, creo que lo voy manejando.
Hace unos días, me dejé a medias una crónica sobre el Editatón, un evento en el que me lo pasé estupendamente. En él, me sorprendió la actitud de una persona que lo criticó duramente. Quizá acudió con fuertes expectativas. Pero, leyendo su canal de Twitter, sospeché que se encuentra enfadada con el mundo actualmente. O vive así.
Me da un poco igual su actitud. Su nombre. Sus motivos. O si tenía o no razón. El caso es que me reconocí en ella. Supe que yo había hecho, no ese día, pero sí en otros momentos, comentarios como los suyos: tan críticos como poco útiles. Una cosa es protestar y denunciar, y otra vivir en la queja continua y disparatada. Me reconocí y me apunté mentalmente muchas cosas para intentar corregirme en ese sentido. Una la explico con la siguiente historia.
En el evento, a parte de lo anterior, me sentí muy contenta. Había acudido al evento con la mente tan limpita y abierta, con tanta ilusión, que descubrí una sorpresa inesperada, que de lejos tiene relación con la Wikipedia.
En el evento, la idea era reunir a muchas personas para que editaran y ampliaran contenidos de la Wikipedia sobre los Premios Cervantes o la lengua española. Hay quienes simplemente pasaron de esa condición y publicaron sobre lo que les interesaba: una isla brasileña o el libro de su primo.
En cualquier otro momento de mi vida, yo hubiera sido una de ellas. Probablemente me hubiera ceñido a contenidos sobre lo que ahora me interesa: derecho a la participación, derechos de la infancia, etc. Y hubiera dedicado mi tiempo a lo que hago otros días en mi casa, pero ahora rodeada de mucha gente y en la Biblioteca Nacional.
Pero, ese día, me incliné por seguir las indicaciones, aunque no estuvieran alineadas con mis intereses actuales. Eligiendo un contenido para contribuir, descubrí que sólo hay cuatro mujeres con un Cervantes, así que sospeché que una de ellas -casi seguro- sería parte de mi edición.
Había bastantes contenidos propuestos directamente por la organización, pero me parecieron muy elaborados y dudaba de que tuviera la capacidad de mejorarlos. Así que, traté de localizar una entrada con menor desarrollo.
Y, de repente, allí estaba. Elena Poniatowska. El último Premio Cervantes. El de 2013. Ni siquiera aparecía en las sugerencias. Sin embargo, era de los artículos más breves.
Seguí leyendo. Tampoco iba a dedicarle mi tiempo si su Literatura no me fascinaba. Vi que es periodista, así que le adjudiqué un punto para elegirla. Avancé. Vi que es una comunicadora comprometida. Publicó una novela sobre la matanza de estudiantes en 1968, muchas sobre mujeres luchadoras… Además, ha escrito libros sobre el mundo mágico de la infancia. Ya estaba en el bote. Me había seducido.
Se me ocurrió comenzar las aportaciones intentando simplificar la redacción de su biografía. Su ascendencia era larga y el texto caótico. Así, hallé que Poniatowska es descendiente de la monarquía polaca, ¡es una princesa!, pero había rechazado esa vinculación para dedicarse a lo que le gustaba. Para ser libre. Sonreí pensando que ya tenían en Hollywood lo suficiente para el guión de una película.
Luego, me di cuenta de que su obra sólo estaba apuntada a modo de listado. Se me ocurrió presentarla con una tabla que indicara año, título, ISBN, género, etc. Y, sobre todo, incluir una descripción de los rasgos de su obra y una reseña de sus libros más destacados.
Así, apunté en la Wikipedia que Poniatowska es la creadora de Lilus Kikus, una niña que soñaba con tener las uñas de sol para poder leer en la oscuridad. Con detalles como éste, entendí que me había embarcado en una brillante y particular aventura. En uno de esos caminos de ilusión cuando fabricas o surge un encuentro. Ese descubrimiento de algo que te fascina.
Me di cuenta de que, de tres de sus obras, otras personas habían publicado artículos independientes a modo de resumen. Algunos de ellos estaban etiquetados por wikipedistas señalando que necesitaban ciertas mejoras. ¿Debería también editarlos y crear otros de otros libros? Me preguntaba.
También vi que Poniatowska estuvo casada con un astrónomo mexicano famoso quien, al menos, aparece en dos o tres de sus libros. Así que, en la entrada de Wikipedia del astrónomo, quizá fuera pertinente hacer referencia a estas obras. Recordé que esto de la Wikipedia es una peligrosa espiral: te propones editar un único contenido y acabas con un listado de millones de cosas más que aportar.
Poco a poco, mientras editaba el artículo, la vida de Poniatowska y los detalles de su obra se me iba revelando de una forma alucinantemente agradable. Me sentía como descubridora de una tierra desconocida. Quizá todo el mundo sabía que estaba ahí. O quizá yo podría haberlo sabido. Pero, el caso es que a mí estaba ocurriendo en ese momento.
No sólo he ido aprendiendo detalles de la vida y obra de Poniatowska, sino obviamente sobre Wikipedia. He comprendido cómo citar una obra varias veces en un mismo artículo, cómo enlazar un fragmento de una entrada a la entrada principal o qué tipos de licencias de imágenes con copyleft permite subir la Wikipedia.
Tras el editatón, marché a casa. Pero sabía que había adquirido una especie de compromiso peculiar. Quería leer su obra. Quería continuar lo que había empezado.
Llevo días haciendo búsquedas en internet y completando su artículo. He visitado un par de bibliotecas en búsqueda de referencias. Y catálogos de muchas otras. Me he leído libro y medio suyos, y he descubierto que, además, es traductora de otro libro que me he leído. También he descubierto, para mi sorpresa, que había escuchado sobre ella, pero no la recordaba.
He leído que Gabriel García Márquez dijo de ella que hace “periodismo para no perder tierra, para conocer la vida menuda, donde se encuentran las grandes historias entre lo cotidiano y lo insólito”. Octavio Paz habló de su “arte de escuchar”.
De hecho, un día, Poniatowska escuchó la voz de una mujer que le fascinó tanto que decidió escribir un libro de su vida. Le estuvo visitando en casa y entrevistando todos los miércoles de 16 a 18 de la tarde. Y, de ahí, surgió “Hasta no verte Jesús mío”. ¡Qué historia tan bonita del comienzo de un libro! Debería haber un libro sobre cómo surgieron películas, libros, pinturas, canciones… un libro que diseccione cómo empezó cada proyecto, cada ilusión.
Por otra fuente, encontré que le han llegado a comparar con Truman Capote, quien construyó la bestial novela “A sangre fría”, sobre el asesinato de toda una familia, a partir de entrevistas. Poniatowska hace también literatura testimonial. En un libro de consulta de una biblioteca, leí que aprendió y se inspiró de las técnicas del antropólogo Oscar Lewis. Y, en otro libro, precisamente mencionaban que las aprendió, pero que las usó para lograr lo contrario: mientras Lewis describía la pobreza como escenas costumbristas, Poniatowska usa su metodología para señalar y denunciar las injusticias.
Con esto también me emocioné: quería ser como ella. Quería entrevistar a personas. Quería escuchar más y mejor. Quería transmitir. Quería desarrollar ese tipo de activismo. Y me empecé a plantear quiénes serían mis “víctimas”. Y, entonces, recordé un factor que he establecido personalmente para valorar el éxito de un evento (libro, película u otros): si te anima a crear, algo ha hecho bien.
Me dio vergüenza editar sobre ella sin prácticamente conocerla, si haber leído sus libros. Ahora, es raro sentir y contar todo esto sin haber leído lo suficiente sus libros. No sé si al final llegaré a estar satisfecha con las aportaciones de la Wikipedia. No sé si me parecerá en algún momento que está todo completo. Tampoco sé si me llegarán a encantar todos lus libros. Esto es sólo una crónica de algo que ha hecho “click” en mí, la antesala o previo de una relación, una descripción (quizá kilométricamente eufórica) sobre la curiosidad anterior a conocerle más.
Y, ahora, ¡stop! ¿Recordáis? Comencé comentando que a veces vivimos enfadadas. Y añadía que, tras reflexionar sobre esto, e identificarme en ocasiones como criticona, había anotado ciertas conclusiones.
He aquí una de esas ideas que me apunté en el cerebelo: intentar escuchar de una forma más limpia, sin tantos juicios y estreñimientos morales, sin tantos filtros aprendidos, o al menos suavizándolos durante unos minutos, nos hace posiblemente descubrir algo que nos interesa… y que tal vez está muy en la línea con esas ideas que no nos dejan escuchar.
Así de loco todo.
No me voy a disculpar por publicar un artículo tan largo porque, precisamente, me apetecía enrollarme lo máximo posible con esta historia. He disfrutado diseccionando algo presuntamente tan pequeño como las razones por las que me ha hecho ilusión algo. Y me ha parecido estupendo compartirlo aquí.
Mi principal dilema es: ¿cómo titulo este artículo? Algunas posibilidades son:
- De cómo descubrí y perseguí a Elena Poniatowska
- Ideas que no nos dejan escuchar
- Disección de una ilusión
- La crónica abarrotada, extraña y prometida del Editatón
Quién sabe.
Ha sido un placer.
Imagen: Herrson Piratoba
maria
Olga, genial entrada!
no sólo me han entrado ganas de leer a Poniatowska, sinó que he tenido esa magnífica sensación que comentas como:
“un factor que he establecido personalmente para valorar el éxito de un evento (libro, película u otros): si te anima a crear, algo ha hecho bien.”
Gracias 🙂