Entra un niño con su madre a la heladería. Quien atiende, se dirige a la madre:
– ¿Qué helado quiere el niño? ¿Qué sabor le pongo?
Acude una nena a informarse de una actividad vecinal acompañada con su padre. Miramos directamente al padre para informarle de qué actividades se hacen, cómo funciona todo y consultarle qué puede preferir le nena.
Hablamos de los peligros de internet y no nos dirigimos a chicas y chicos, sino a sus familias:
Informa a los menores sobre los riegos que puede haber en internet (contenidos inapropiados, privacidad, abusos, etc) pic.twitter.com/JtTOOl41AR
— Guardia Civil (@guardiacivil) agosto 13, 2014
¿Qué pasa? ¿Necesitan intérpretes?
Mientras, el niño o la nena siguen la conversación de la que son protagonistas. U objetos. En un momento en el que me ha ocurrido algo así, me pregunto: “¿A quién estoy mirando? ¿Por qué no le pregunto directamente a ella?”. Y me avergüenzo de mí misma.
Es posible que la familia también deba opinar pero, ¿por qué no dirigirnos a la nena también o a ambas personas? ¿Por qué les eliminamos de la conversación?
Un chico de 15 años propone participar en Plaza Podemos y un tipo le responde:
Los jóvenes lo que tienen que hacer es estudiar una carrera, leer, culturizarse, buscarse a sí mismos, viajar, aprender idiomas, etc. y luego cuando tengas tus opiniones formadas, entonces ya decides meterte a un partido u otro.
¿Por qué? No entiendo cómo a alguien que no se le consulta nada durante 18 años pretendemos que, al ser mayor de edad, tenga su opinión formada. No entiendo cómo, sin tener experiencia política ni conocer el funcionamiento interno, va a poder participar correctamente. No entiendo quiénes somos para retirarles la mirada o creernos con el poder para negarles participar.
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