Hace poco leí “Fun home” de Alison Bechdel y me impresionó muchísimo. Me sentí reconocida en muchos pasajes.
Con esta anécdota en concreto, he experimentado una entrañable conexión. Durante algún tiempo, yo tuve un personaje imaginario llamado “Duda”, vestida de mimo y muda. No recuerdo mucho de ella, sólo que la detestaba, volvía a menudo a mi mente cual norma moral y acabé exterminándola para mi supervivencia mental.
Por otro lado, también hay algo que me parece increíblemente acertado en esta actitud de Bechdel. Hace tiempo que me he notado un comportamiento similar. Por ejemplo, al comunicar, utilizo habitualmente la palabra “intentar”. Ahora mismo me estoy acordando de casos de uso en mi trabajo. Así, suelo decir que intentamos promover la participación infantil.
Normalmente me nace sin que lo analice. Pero, ahora que lo pienso, surge porque sospecho de todo: ¿quiénes promovemos la participación?, ¿todas y todos en el equipo?, ¿no hay quizá intereses ocultos?, ¿nos han dado los fondos realmente para eso?, ¿no habrá alguien que dejó de creer en esa participación hace tiempo?, ¿no hay quienes no comprenden los niveles de participación infantil y llaman así a cualquier cosa?, ¿acaso la participación no existe y hay que promoverla?, ¿somos nosotras quienes debemos promoverla?, ¿realmente lo que hacemos la promueve o el resultado es sólo un adorno anecdótico? (Y así hasta el infinito y más allá.)
Sospecho además que todo esto tiene que ver con que detesto la comunicación grandilocuente, la de “con nuestro trabajo acabamos con la pobreza”. Me repatea esa ambición, esa mentira, esa lujuria de logos… porque la pobreza sigue ahí: gordísima, inmensa, monstruosa. Y porque, sinceramente, no es riguroso: quizá lo que estás intentando es promover en un pequeño sector de la sociedad una opinión pública a favor de medidas políticas que reduzcan la pobreza. O quizá, más bien, lo que promueves es que te donen fondos para un pequeño proyecto que ¡quizá! ayude a que algunas personas en cierta comunidad accedan a un alimento básico.
Sé que todo esto es estúpido e imposible de resumir en un lema. Si lo pienso, está claro que no tiene sentido. Lo entierro. Pero supongo que, a la superficie, emerge un grano de todo esa grasa cuestionadora en forma de verbo “intentar”, parecido al “creo” que conquistó el diario de Alison Bechdel.
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