Ayer estuve charlando con un educador peruano. Es posible que, en unas semanas, un grupo de Perú comience su andadura en Cibercorresponsales, la red donde trabajo en la que chicas y chicos menores de 18 cuentan su visión del mundo.
El educador formuló una interesante consulta:
En nuestro grupo hay niñas y niños que no tienen acceso a ordenador. ¿Pueden pasarnos las libretas para que publiquemos el contenido sus educadores/as?
En nuestra web, son las chicas y chicos quienes tienen la opción de contar con un blog y quienes elaboran y publican los artículos. Lo hacen directamente y las personas adultas que les acompañan no tienen blog y no pueden moderar a priori lo que se publica ni publicar en su nombre.
Antes de buscar una solución, le expliqué al educador los argumentos, ya que esta regla no es precisamente un capricho.
Y, posiblemente, estos argumentos se puedan aplicar a la mayoría de las iniciativas que tratan de realizar una comunicación más participativa… (¡o que deberían hacerla!)
- Identificación. Si alguien publica un contenido por ti, no se genera tanto sentimiento de identificación con lo publicado. Sobre todo teniendo en cuenta que tendemos a corregir y modificarlos. Te identificas más fácilmente si lo has vivido desde el inicio del tecleo hasta que pulsas el botón “publicar”.
- Apropiación. Si las personas publican por sí mismas y se identifican con lo publicado, es más fácil que se apropien del proyecto en general, del medio, aportando ideas, criticándolo y/o defendiéndolo.
- Proceso educativo y experiencia. Al publicar por sí mismas, no sólo están generando la redacción, sino que viven, deciden y aprenden muchas más cosas en el camino. Tienen que identificarse en la red, elegir el formato (negritas, cursivas), encontrarse con los enlaces, seleccionar e incluir imágenes, vídeos, etc. Una vez publicado el contenido, se encontrarán también con las reacciones (o la ausencia de ellas): consultas, elogios, críticas, posibles contactos que establecer en la red.
- Protagonismo. Lo que tememos habitualmente es que, si son las personas adultas quienes publican los contenidos, es que sean finalmente quienes fagociten el protagonismo a las niñas y niños. Esto ocurre habitualmente en proyectos de comunicación, y no sólo con estas edades. Al final, si no democratizamos la comunicación, si no nos formamos, la elaboramos y decidimos conjuntamente, es muy difícil que las personas que nos rodean se sientan protagonistas y participen en ella.
Antes de explicarle todos estos argumentos al educador, a mí me había surgido cierto dilema: ¿es preferible una comunicación con intermediarios a que quede excluida esta persona sin poder compartir lo que piensa?
Sin embargo, tras explicarle estos argumentos, se nos ocurrieron posibles soluciones provisionales: como que al menos sea otra niña u otro niño quien publique los contenidos. Así, además, reforzamos su solidaridad mutua. También, depende de la zona, pueden intentar acceder a equipos públicos o compartir con sus compañeras/os.
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