Señalé al horizonte con el brazo extendido. El brazo ocupaba más de lo que había esperado. Me pregunté si no estaba invadiendo el espacio personal del conductor. ¿Sabe cómo se llama esa montaña? Las nubes se enganchan sus vestidos al pasar. Era una mole con una parte picada que le daba personalidad. Me recordaba a La Mella de Jaén, una montaña que parecía una dentadura a la que le faltaba una pieza.
Puig Campana, anunció. Quería aprenderlo. Puig Campana, repití. Puig Campana, pe, u, i, ge, insistió él, como si no hubiera sido capaz de pronunciarlo correctamente en su idioma. Repetí de nuevo para memorizarlo y me pregunté si el taxista a su vez sentiría satisfecho de su obediente e improvisada alumna de valenciano.
Hay una historia. Cuentan que un gigante dio una patada. Como a un balón. Me preguntaba si debía ver la forma de un gigante en aquella hermosa masa. No lo conseguía.
Cuando estaba a punto de adivinar una posible pierna estirada para la patada, el taxista continuó. El gigante le dio una patada a la montaña tan bestial que le hizo aquel recorte que se ve arriba. Se refería a la mella del diente. La parte de arriba cayó lejos, siguió narrando. En el mar. Ahora es la isla que se divisa desde la playa.
La voz del taxista volvió a llegar entrecortada “cuentan … los niños”. Supuse que faltaba la preposición “a”, perdida durante la interferencia. Cuentan a los niños. Pero me interesó más la opción de que fueran las niñas y los niños de la región quienes se inventaran los mitos y se los contaran al resto.
Cuentan los niños. Cuentan las niñas. El mito de la montaña Puig (pe, u, i, ge) Campana.
Imagen: F. Prieto
Dora
Ooooooooooooooh
Olga
🙂