El boletín de abril de La Magalla -la revista de la Federación Catalana de ONGD– incluye un articulillo mío.
Muchas personas, empresas y entidades han pensado en marcar sus servicios y productos como 2.0. Desde el tercer sector estábamos esperando que la denominación numérica llegara al ámbito social, la cooperación y el activismo. Pues ha tardado, pero ya está aquí. Desde hace un par de años, una organización asturiana convoca un encuentro en enero sobre tecnologías de la información y la comunicación (TIC) aplicadas a la cooperación al desarrollo.
La cita ha quedado bautizada como “Cooperación 2.0”, pero la polémica está anunciada ya que es bastante cuestionable que, no sólo este encuentro sino en general, existan proyectos 2.0 de cooperación. La cooperación no es 2.0. Podemos encontrarnos casos muy puntuales, pero no es algo generalizado. Pero que el desarrollo del encuentro no responda fielmente a su título no quiere decir que no podamos aprender nada.
Pablo Priesca, director de la Fundación CTIC, lo inauguraba cansado de esa “complacencia” de haber llegado a ponernos de acuerdo en que las TIC son importantes: “Debemos plantearnos ya cómo trabajar de manera coordinada y complementaria”.
En Gijón conocimos a Alexander Widmer, de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE), que recordaba el reto de la actitud tecnófoba tanto de equipos técnico como de gobierno y planteaba un reto sobre el que están trabajando en su agencia: intercambio de las experiencias de las contrapartes.
Anriette Esterhuysen, de la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) , denunciaba el vicio de buscar siempre nuevas iniciativas en lugar de apoyar proyectos que ya están funcionando. Parece extraño pero tiene sentido: “La innovación debe tener continuidad”, apuntaba.
Najat Rochdi, de la Oficina de Enlace del PNUD en Ginebra, subrayaba que “lo más importante es entender que el futuro no va sobre tecnología, es sobre las personas”, criticando así proyectos que hacen avanzar a la tecnología, olvidando a las personas.
Incluso se marcaba una idea para una nueva versión de internet: “La web 3.0 debería significar la individualización de la red. Dar la capacidad a las personas para que hagan internet según sus necesidades”.
En esta línea, Stephane Boyera, del W3C, nos invitaba a imaginar un futuro en que la gente creará con teléfonos móviles (“el PC de África”) sus servicios para el desarrollo de sus propios negocios.
Julianna Rotich describía una experiencia real. En la red Ushahidi, las personas de Kenya o Gaza pueden alertar a través de sus móviles de situaciones de violencia que no son reflejadas por los medios de comunicación.
Norman Garrido Cabezas, de la Universidad Complutense de Madrid, describía un proyecto con el que -mediante telefonía por internet- un equipo universitario ha organizado una asesoría técnica para campesinado de Perú. Concluía que la cooperación “puede ser microsocial también, no tiene que esperar soluciones de grandes instituciones”.
Stijn van der Krogt, del Instituto Internacional para la Comunicación y el Desarrollo (IICD), hablaba del problema que supone que las personas no apropien de los proyectos que se les destinan, que son dirigidos por equipos técnicos y aprobados por equipos de gobierno, sin contar con la comunidad.
En cuanto a la organización del encuentro, podemos señalar buenas prácticas. En la inscripción se consultó a quienes participaban si deseaban compartir sus datos de contacto con el resto de participantes. Esto fomenta la red. Costeando el alojamiento, se invitó a varias personas con blog ajenas a la organización a cubrir el acto, lo que aporta transparencia. Se marcó como objetivo reducir al máximo la impresión de documentación, lo que nos habla de sostenibilidad. Y algo en todo esto que está fenomenal: algunas de estas decisiones -que marcan una línea de trabajo muy interesante- se visibilizaron bien.
En las conclusiones del encuentro podemos leer: “La próxima fase pone énfasis en la gestión del conocimiento y la transformación de las agendas (de innovación o investigación). Esto es coherente con un nuevo modelo de desarrollo (desarrollo 2.0) y por lo tanto también de cooperación al desarrollo (cooperación red)”.
Me pregunto si versionar la cooperación que se hace actualmente es asunto que se pueda limitar a lanzar iniciativas más o menos llamativas o si realmente no es una cuestión de romper con dependencias, vicios y hábitos, aniquilar temores, abrirse a nuevas mentalidades y trabajar sobre un modelo muy-muy diferente de hacer las cosas.
Bueno, en realidad no me lo pregunto.
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