Sus tacones resonaban en la cuesta de la madrugada. El autobús aguardaba. “Eres rara”, apuntó con su cruel y grácil facilidad. En vano trataba de seguir el ritmo de sus elegantes zancadas. “O normal entre muchos raros y raras”, le espeté con mi infausta y particular paz. Debió de sentir una punzada de amarga y fugaz contrición porque trató de corregirse alegando: “No eres rara. Eres diferente”.
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